Sale el sol
Esta fotografía la hizo Rocio Camargo y Mónica Núñez, se inspiró escribiendo este cuento tan especial:
SALE EL SOL
Cuando se conocieron el vestía de negro y ella de colores. Para ser más exactos, el vestía camisa negra de lunares y ella vestido azul. El quedó impresionado con el color naranja de su pelo negro y ella con el verde de sus ojos que le parecieron azules. Pero eso sólo fueron las primeras impresiones.
El supo antes que ella que se estaba enamorando. Dice que lo supo el segundo día, cuando la escuchó cantar por solea…
Ay sale el sol, amarillo sale el sol,
manifestando las ducas que llevo en mi corazón
Y es que por aquel tiempo, ella llevaba profundas “ducas” en su corazón. El no podía imaginarlo porque ella siempre sonreía feliz y parecía cantarle más al amarillo sol que a las penas. Pero él era tan sensible que debió intuirlas y desde ese preciso instante no quiso separse de ella.
La fue conquistando sin estrategia, y mucho menos la de aquellos que están convencidos de su victoria, más bien todo lo contrario. Le preparó el café por las mañanas y simplemente le dijo: “Puedes llorar si quieres”.
Ella le explicó todo de golpe, porque tenía cierta facilidad para hacerlo. A el le costó un poco más. Pero lo fue haciendo a su ritmo.
Ella entendió porqué vestía de negro y se empeñó en verle vestido de colores. Por más que el le advertía y quería ponerla en alerta, ella ya había visto su luz, la de la pureza, la blanca, la que contiene todos los colores. El día en que lo supo, para su sorpresa, fue ese amanecer en el que se besaron por primera vez. Ese amanecer en que a él se le escapó un “Te Quiero” que a ella le sonó temprano. El se avergonzó (salen las nubes) , ella lo convirtió en la bonita anécdota de “la fuga de amor”. Y le encantaba contarlo con su característico sentido del humor (sale el sol).
Desde entonces los dos sintieron que se amarían con locura. Pero nadie mejor que ellos podría saber nunca lo que eso significa.
Tendían juntos la ropa, era una de las tareas cotidianas que compartían con más gusto, a parte de cocinar. Ella seguía empeñada en que el vistiera de colores. El lo intentaba pero no siempre lo conseguía. Y por eso sufrieron más de lo que ninguno merecía. Ella se cansó y sintió mil veces lo que dicen esas letras por bulerías. “Que mira lo que has dao lugar, que tu ropita y la mía juntas no se laven más” o esa de “Compañero no regañes que hago mi ropita un lío y el campo no tiene llave”.
Y así ocurrió. Ella se marchó y él se quedó (salen las nubes).
Ella se fue al otro lado del mundo. Descubrió lugares donde la ropa tendida es siempre de colores (o eso parece). Él se quedó esperando y haciéndole saber que la amaba con locura.
Cuando regresó ella volvió a mirar sus ojos verdes, a oler su ropa limpia (sale el sol) y supo que seguía amándole. Le ama más cuanto más sabe qué dolor esconden sus prendas oscuras. Le ama más cuanto más comprende cuanto se esfuerza porque algún día puedan ser de colores. Ya no le importa si lo consigue o no.
El ahora tiene dudas de si amar con locura es amar (salen las nubes). Ella, que ya ha espantado muchas nubes, no puede decirle qué es amar. Solo puede decirle: Sale el sol, ¿Tendemos?
El le pregunta: ¿Y si se me va la pinza? Ella le besa picarona y le responde: Jugaremos a las prendas…