El Pueblo
La fotografía de talleres Entropía le ha servido para que Evita Ortega se inspire y escriba esta historia:
El Pueblo:
Esto no lo había imaginado así, tres años enteros visualizando esté momento, para ahora sentirme como si me hubieran obligado a subirme en una montaña rusa, en las fiestas de mi pueblo no existen montañas rusas, no existen las atracciones, aquí se baila en la plaza del pueblo y nada de música actual, no, aquí viene las orquesta “Expresiones” o “Sentimientos de verano” con su uniforme azul chillón a cantarnos el carro de Manolo Escobar y el Paquito el chocolatero, cuando la función se acaba el tío Jacinto que ya tiene 180 años y se las coge dobladas pero con gran dignidad, nos deleita con un flamenco profundo, con sentimiento, hasta que se da cuenta que va a medir el pueblo entero hasta llegar a su casa y se tumba en un banco o se va despacito gritándonos para que nadie trate de ayudarle “no me toquéis cabones” el tío Jacinto tiene frenillo por eso su flamenco es algo fuera de serie, como decimos todos, con sentimiento.
Llegué el jueves de madrugada, “que necesidad tienes de conducir tantas horas de noche, vente el viernes” me dijo mi madre, pero es que yo quería acostarme, para a las 7 de la mañana ser despertada por los cohetes que anuncian que han comenzado las fiestas, para despertarme con el trajín de cacharros que me llega desde la cocina, para asomarme y ver el pan con aceite esperándome, para salir a bañarme de bochorno con los 36 grados a las 10 de la mañana de mi pueblo y encontrarme a mi abuela con su silueta menuda y enjuta tendiendo, toallas, sabanas, un mantel y dos de sus viejos mandiles, no le regales uno nuevo porque te lo tira a la cara, como huele la ropa que tiende mi abuela, huele a verano, a río, a aventuras a fiestas, a gazpacho, a esparragar, a familia.
A las 11 de la mañana del primer días de fiestas pasan los cabezones por todo el pueblo, tiran caramelos y llevan unos grandes tambores que van aporreando con fuerza como si fuera el último día que los pueden tocar, la fuerza bruta de mi pueblo, después, todos los vecinos se reúnen en la plaza donde se reparte cerveza y vino y se tira al pilón a los mozos “forasteros” que están ennoviados con alguna moza del pueblo, es un espectáculo divertido, sin maldad, de disfrute y hermandad.
Tú nunca has sido tirado al pilón como te correspondía, mis primos te han tenido muchas ganas, es una tradición hermosa para ellos, para nosotros, pero tú nunca has querido participar e incluso aunque nunca me lo has mencionado sé que has pensado que mi pueblo está habitado por trogloditas, por pueblerinos brutos e insensibles con costumbres absurdas. Mis primos, que a estas alturas estarán cuestionando tu existencia, ya no lo mencionan y cambian de tema cuando alguien me pregunta o bromea sobre el asunto del pilón.
No me has dado ni 24 horas para disfrutar de mi pueblo, me has montado en la montaña rusa, la más trepidante, la que te pone al límite la adrenalina con mensajes y llamadas frías, ambiguas, esa montaña rusa de pensamientos que te confirman lo que tú no te has atrevido a decirme hasta que yo lo he hecho por ti.
Pero me he bajado yo solita y tú no lo has podido evitar, me he bajado, y te he mirado de frente, y mira lo que te digo, que te den por culo Alberto, quédate con tu modernismo, con tu refinamiento, yo me quedo en mi pueblo, con todo su paletismo, que me he aferrado a ti, separándome de todo lo que me importa, adiós Albertito, que te vaya bonito que yo me voy a tender con mi abuela a la tapia de mi casa, a beberme el olor de las sabanas, de los manteles y los mandiles que me hacen aterrizar en donde debo estar, en mi pueblo, FAMILIA.
Evita Ortega.
4 septiembre 2014